El Santísimo Cristo
de San Pedro (Joya del Siglo XIV) venerado en la Iglesia Parroquial de
Santa María La Mayor. Celebra Solemne quinario en su Honor durante la Semana
antes del Domingo de Pasión, siendoeste
día cuando se realiza la Solemne Función Principal y el Solemnebesapiés.
Santísimo Cristo de San Pedro en besapiés Foto: Ramón Morales Reyes
.
Cuando por el año 1145 entran los almohades en España, y
debido a su arrollador empuje saqueador tanto al pueblo árabe como cristiano,
los árabes comienzan a construir recintos amurallados para protegerse de las
invasiones almohades. Sanlúcar fue una de esas poblaciones amuralladas y dentro
de ese recinto es donde los sanluqueños de la época ocultaron un cristo crucificado.
Tras la conquista de Sevilla por San Fernando en
1248, era de vital importancia ganar las fortalezas del Aljarafe, empresa que
llevó a cabo el futuro rey Alfonso X, quien organizó un ejército y se fue
apoderando de las fortalezas aljarafeñas. Sanlúcar fue conquistada el día 28 de
junio de 1251. Pronto llegó a Sevilla las noticias de esta victoria. Dentro del
recinto amurallado tenían lo árabes una Mezquita, y como el confesor de San
Fernando llegó a Sanlúcar el 29 de junio día de San Pedro, consagró la Mezquita
bajo la advocación del apóstol, diciendo la primera misa.
Apóstol San Pedro Foto: Ramón Morales reyes
Con la conquista de Sanlúcar, acuden al sito en que
estaba oculto su cristo crucificado, pero al ver que se encontraba en un
lamentable estado, deciden la compra de otro nuevo, obra que se lleva a
cabo entorno a principio del año 1300. Esta imagen, cuya autoría no
podemos precisar, responde a la tendencia gótica de resaltar el sentimiento
religioso de la compasión de los dolores de Cristo.
El mérito de esta escultura ha merecido los honores
de figurar en la magnífica obra "Mil Joyas del Arte Español".
Actualmente, la Iglesia de San Pedro se encuentra en
un lamentable estado. Cerrado al culto,
Con carácter excepcional, y con motivo del V Centenario de Santa Teresa de Jesús, procesionó en la víspera del Corpus Christi por las calles del centro de la Ciudad de Sevilla, un paso en donde ser representaba la Conversión de Santa Teresa de Jesús. Inspirado en el capitulo 9 de su Obra "Libro de la Vida", se recrea una escena de la habitación, con un sillón carmelita y el escritorio. Una ángel dirige una flecha al pecho de la Santa y porta una filacteria con la inscripción "No os pido más que le miréis". La mirada de Santa teresa se clava en la del Hecce Homo allí presente.
La talla de las tres imágenes pertenecen al imaginero cordobés Francisco Romero Zafra, el paso fue cedido para la ocasión por la Hermandad de la Humildad de San Juan de Aznalfarache, y la Santa estrenaba un hábito bordado en oro sobre terciopelo pardo, de estilo romántico, obra de José Muñoz y Manuel Trujillo.
1. Pues ya andaba mi alma cansada
y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía.
Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá
a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de
Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal,
porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo
mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me
partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole
me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa
Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando
comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus
pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no sabía lo que decía,
que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me
olvidaba aquel sentimiento. Y encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que
me alcanzase perdón.
3. Mas esta postrera vez de esta
imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de
mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había
de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me
aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración:
que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a
Cristo dentro de mí, y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le
veía más solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesitada
me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas. En especial me
hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en
aquel sudor y aflicción que allí había tenido, si podía. Deseaba limpiarle
aquel tan penoso sudor. Mas acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo,
como se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que me
dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que me atormentaban.
Muchos años, las más noches antes que me durmiese, cuando para dormir me
encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del
Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones.
Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración
sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como
el no dejar de santiguarme para dormir.
5. Pues tornando a lo que decía
del tormento que me daban los pensamientos, esto tiene este modo de proceder
sin discurso del entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida,
digo perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho, porque es en
amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a personas que quiere el
Señor muy en breve llegarlas a oración de quietud, que yo conozco a algunas.
Para las que van por aquí es bueno un libro para presto recogerse.
Aprovechábame a mí también ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo
memoria del Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y en
mi ingratitud y pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas, era mi
entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por
otro modo el Señor me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para
con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veía, no me
aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones
adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre. Mas es así que
jamás le pude representar en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes,
sino como quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y ve
que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que entiende y cree
que está allí, mas no la ve), de esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro
Señor. A esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su
culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si ld amaran,
holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se
quiere bien.
7. En este tiempo me dieron las Confesiones
de San Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni
nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monasterio
adonde estuve seglar era de su Orden y también por haber sido pecador, que en
los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo,
pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que como los había el Señor
perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho,
que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a
mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas considerando en el amor que me tenía,
tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.
8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta
la reciedumbre que tuvo mi alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar
temerosa lo poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me determinar a
darme del todo a Dios. Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo
allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su
conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el
Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me
deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga. ¡Oh, qué
sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser
señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora cómo podía vivir en tanto
tormento. Sea Dios alabado, que me dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes
fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber
lástima de tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo
con El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego
me volvía a amar a Su Majestad;
que bien entendía yo, a mi parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el
amar de veras a Dios como lo había de entender. No me parece acababa yo de
disponerme a quererle servir, cuando Su Majestad me comenzaba a tornar a
regalar.
No parece sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir,
granjeaba el Señor conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos
postreros años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura de
devoción, jamás a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia para que no le
ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados. Como los veía tan grandes, aun
desear regalos ni gustos nunca de advertencia osaba. Harto me parece hacía su
piedad, y con verdad hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de
sí y traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no
viniera. Sola una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con que la misma fatiga de verme tan poco humilde
me dio lo que me había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas parecíame
a mí que lo es a los que están dispuestos con haber procurado lo que es
verdadera devoción con todas sus fuerzas, que es no ofender a Dios y estar dispuestos
y determinados para todo bien. Parecíame que aquellas mis lágrimas eran
mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues con
todo, creo me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos veces
de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón, comencé más a darme a
oración y a tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del
todo, sino -como digofueme ayudando Dios a desviarme. Como no estaba Su
Majestad esperando sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales
de la manera que diré; cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en
más limpieza de conciencia.