En torno al paso de la Amargura
esta anudado el de la infancia de alguien nacido en la calle Regina, bautizado
en San Juan de la Palma y presentado a Ella; que ya intentaba decir ese nombre
cuando aun ni podía pronunciarlo, ni podía imaginar cuanto pesaba. Alguien que
pone los nombres de sus muertos, como una ofrenda, a los pies de esta Virgen
iluminada por la más trágica luz de candelería, que rechaza el consuelo de San
Juan, enloquecida por un dolor que ignora la gloria del tercer día y se ahoga
en el llanto absoluto de su Amargura. Por eso las lágrimas de quienes lloran a
los suyos son las mismas que las de esta Virgen que toca el fondo más negro del
dolor sin esperanza. Ni la admiración que suscita, ni el ajuar espléndido del
que su hermandad la ha rodeado a lo largo de tres siglos, ni las oraciones, ni
el amor de sus hijas de la Cruz, nada puede consolarla y hacerla callar, para
que no siga repitiendo, cada Domingo de Ramos, las palabras de Rut escritas en
su capilla: " No me llaméis Noemí, esto es, hermosa, sino Mara, esto es,
amarga, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me marché, y el
Señor me trae vacía. No me llaméis Noemí, porque el Señor me afligió, el
Todopoderoso me maltrató." Sevilla, que esta noche ha tenido el coraje de
llamar Amor a la muerte, reconoce en esta Madre del Gran Dolor a la mujer
amarga, vacía afligida, amarga, que sufre el su carne el desgarro de la pérdida
del Hijo que le fue anunciado, entre bendiciones al parecer olvidadas. Por eso,
de entre todas las dolorosas, coronó de oro la primera su tremenda e
inconsolable amargura.
Carlos Colón
Foto: Ramón Morales Reyes |
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